ME FUI
cuando en aquel reloj eran las dos.
Tal vez, huía... ¿Acaso había razón?
¿Qué puede hacer, acaso, un alma tensa,
cohibida, triste, sin rumbo ni ilusión;
perdida en la distancia, en los afectos,
hallada entre los brillos de neón?
Casi nadie me vió. Eran las dos.
Los que latían bajo el mismo cielo,
no pudieron sentir que, con dolor,
otro cielo camabiaba mil reflejos,
grises, pardos -hostiles- y el verdor
de las dulces montañas, aún de plata,
en ocre y siena tornaba su color.
Volaba -mas sin alas- por la estepa
reseca, dura. Atrás el corazón...
No quisieron los álamos del río;
ni la torre en que estaba aquel reloj;
ni el vecino que vi por la mañana;
ni el amigo que vino a
no lo quisieron, no, no lo quisieron...
No quisieron jamás decirme adiós.
Yo lo dije, por todos, sin decirlo
y, sin decirlo, lo supo el corazón.
Aquí estoy. Confieso que he vivido.
Si he de vivir mañana... ¡sabe Dios!
Anoto aquel latido en la memoria
que, a las venas, envía con tesón.
Mas, maldigo el minuto y el segundo
que cuenta y que controla otro reloj.
¿Y qué tengo? Sólo tengo el recuerdo,
la memoria, el dolor y una canción...
Porque el reloj del alma se detuvo
cuando, al partir, en él eran las dos
Alphonso CARBAJAL
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