miércoles, 28 de enero de 2009

Libro I. AMOR Y TINIEBLAS Título I. Cantos de amor y devoción Poema 1: AL SILENCIO CULPABLE, ASESINO DEL AMOR


1



AL SILENCIO CULPABLE,
ASESINO DEL AMOR


Aléjate de mí, pavor sombrío,
horrible peso, vendaval sin calma,
que velas la mirada, asfixias alma,
matas amor y oprimes albedrío.

Ya de tus aguas, caudaloso río,
mudo y vació, la tormenta encalma,
que quiero cultivar la dulce palma
de trocar, por calor, gélido frío.

Nunca más, ni más vez, danza macabra,
a mis labios pongas por testigo
mientras exista el don de la palabra.

Que quiero conseguir, y lo persigo,
la voz y la oración de quien me labra.
De alguien, más conmigo que consigo.



Alfonso CARBAJAL
Diciembre de 1995

EVOCACIÓN






Libro I. AMOR Y TINIEBLAS
Título I. Cantos de amor y devoción

LIBRO PRIMERO: AMOR Y TINIEBLAS







Carezco de la menor autoridad para “prologar” un libro de poemas, aun -como éste- de austero formato artesanal y enigmática, para mí, calidad literaria. A esta dificultad, ya de por sí determinante para no hacerlo, se une, incrementándola hasta límites intolerables, el absoluto anonimato que, gracias a Dios, me cubre de pies a cabeza, tanto como introductor de obras ajenas como en cualquier otra dimensión. Y es bien sabido que la autoridad del prologuista, o al menos su popularidad, supone a veces el mejor augurio de que el autor “venderá” miles de ejemplares. Por ello, un libro, escrito necesariamente por alguien (en estricta aplicación del principio de causa eficiente) pero prologado por “nadie”, a buen seguro constituye la más absoluta garantía de que nadie lo leerá.

Lo de menos será, en tal caso, que el autor no pueda hacerse millonario en unos días, cosa ésta imposible, por otra parte, puesto que la prestigiosa Editorial “Club de Gaviotas”, fundada y constituída por unos buenos amigos, en unión de mí mismo, ha preferido imprimir tan sólo unas docenas de ejemplares, debidamente numerados y destinados a otras tantas personas, mucho más distinguidas y mucho más prestigiosas que la propia Editorial. Lo únicamente grave, sería que cualquiera de sus destinatarios pudiera prescindir de estas páginas, o saltar sobre ellas, inducido tan solo por el anonimato en que se diluye el prologuista, la Editorial y el propio autor. En algunos de sus rincones, podría escuchar el eco de su propia voz, o quizá de otras voces que alguna vez le hablaron, bien destempladamente y a gritos, bien armoniosa y dulcemente al oído. También, otras veces, con dolor, aflicción, gozo o esperanza. Y todo recuerdo, agradable u hostil, se quiera o no, queda asociado a la propia vida e indeleblemente archivado en los entresijos del alma.

Tampoco esto, ciertamente, justificaría la anónima e insignificante identidad del prologuista, sino más bien el protagonismo del lector. Pero, hay otras razones que, pese a lo ya dicho, me permiten escribir esta introducción, y sobre todo me avalan, para poder hacerlo con total conocimiento de causa. La primera de ellas, y sin duda la más importante, es la de poseer por mi parte un íntimo conocimiento del autor, del poeta que aquí canta, por dialogar con él a diario en todos y cada uno de esos rincones en los que se concentra, o de los ámbitos en los que se ensancha hasta desperdigarse, el lento discurrir de la vida, casi siempre doloroso; en ocasiones, también gozoso e incluso, alguna vez, hasta glorioso. Todos estos sentimientos, jalonan las coordenadas de la existencia humana, como más adelante alegaré. Esta razón principal, unida a otra mucho más accesoria (la Poesía no precisa “fórmulas de mix”, puesto que no puede “venderse”), me permiten acometer, aun con cierta osadía, mi difícil tarea, puesto que son varias las dificultades.

La primera de ellas, es la de entrar en la entidad poética del autor, aún más desconocido que yo mismo, lo cual puede resultar exasperante y hasta indignante. Pero, desde mi particular punto de vista, y sabiéndolo todo, o casi todo, de Alphonso Carbajal, de lo que no sé absolutamente nada es de su “poesía”, que por esta razón necesariamente he de escribir entre comillas. Ni él ni yo sabemos si Alphonso Carbajal es o no un “poeta”, o simplemente un mero versificador, de mejor o peor factura. Él, humildemente, se considera tan solo un “aprendiz”, y tampoco yo -debo decirlo con toda honestidad- podría asegurar lo contrario. Quizá sea como él dice. Un fabricante de versos, o hasta de ripios, que, como bien se sabe, no son más que “falsos” versos, o en todo caso versos “forzados”, metidos con calzador en la horma de la estrofa, con la única finalidad de que se produzca la rima, o se alcance la medida, pero que -más o menos- rompen el discurso lógico del pensamiento contenido en el poema, o incurren el yuxtaposiciones innecesarias. Sin embargo, aun así, pueden encontrarse (aparte de las jocosas, propias del astracán) muestras bellísimas de ellos, en los más sublimes poetas. He aquí una de las más gloriosas:

“¡Y cuantas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos, respondía,
para lo mismo responder mañana!”


¿Qué tal?. Ese “hermosura soberana”, en el primer verso de este terceto, es un ripio monumental, y nunca mejor dicho, porque es “un ripio de Lope de Vega”. Así es que, ¿dónde termina una cosa y dónde comienza otra?. Quizá, tal apreciación, tan sólo depende de criterios o gustos personales.

La cuestión, resulta más complicada de lo que pudiera parecer. Si Carbajal es o no un poeta -cosa que ni él ni yo sabemos- habrán de decirlo ustedes los lectores. Es posible que, de los 100 poemas que se incluyen en este libro, sea oportuno enviar a la papelera cuanto antes más de la mitad, o de las tres cuartas partes, e incluso todos. Es posible. Pero, tal vez, también alguno de ellos no desmerezca demasiado de cualquiera de los 17 de Rafael Alberti, publicados hace unos años en torno al “amor incierto”, alguno de los cuales sí deberían situarse, sin duda alguna, en aquel lugar, con arreglo a los cánones del más puro clasicismo y hasta sin ellos. En cualquier caso, Carbajal no solo no es Alberti (afortunadamente para él), por infinidad de razones, incluídas las poéticas, sino que -si es que es algo- justamente lo contrario. Carbajal, no persigue “amores inciertos”, y mucho menos “oscuros”, como García Lorca, en sus “Sonetos de amor”, tan oscuros en lo que los oscurece como brillantes en lo que los embellece hasta altísimas cotas. Pero tampoco Alberti es Lorca, ya que, pese a sus extravagancias, no ha logrado serlo como, a la inversa, Lorca no es Alberti, porque en este caso no habría sido capaz de escribir tan bellos sonetos. Dicho sea todo ello, desde el punto de vista de su respectiva y recíproca capacidad estética y poética y no desde algún otro, en el que también alguna de sus respectivas y recíprocas capacidades podrían invertirse.

En cualquier caso, el amor de Alfonso Carbajal es cierto como la misma vida y claro, como el agua cristalina, porque es un Amor que le llama desde lo más alto, sin dejar de mirar a ras de suelo, donde concurren también todos los amores posibles. A todos ellos canta Carbajal, excepto a los que tanto gustan cantar, con cierta obscenidad literaria, los llamados poetas “sensuales”, con el pretexto de que el sentimiento se percibe a través de los sentidos corporales -por no decir de los instintos animales- afirmación ésta, no solo discutible, sino absolutamente falsa. La Poesía, no llega al poeta por el conducto de los sentidos, y menos aún por el de los instintos, sino por el del alma. Y, por otra parte, cuanto reside en esa sede de la personalidad y el psiquismo humanos, pertenece en exclusiva al sancta sanctorum de la intimidad óntica y hasta ontológica de cada persona, en el que, ni la Poesía, puede o debe entrar. Del mismo modo que esa clase de amor -tan humano y por ello tan divino- no se presta ni consuma a la luz del sol, tampoco, por la misma razón, puede ni debe cantarse de igual modo. En todo caso, entre quienes así se aman. Pienso, es más, estoy seguro, de que es este criterio -al menos tan respetable como cualquier otro- el que determina que en este libro no pueda encontrarse el menor atisbo ni aproximación a tal tipo de amor, ni a cuanto se relaciona con el mismo, salvo la ligerísima referencia (Poema 86) a “eso que hay que tener”, expresión nada poética, y más bien tabernaria que erótica, pero no por ello ajena precisamente a las cotiadanas expresiones vitales del “noble pueblo”, en cuyas corrientes, constantes o tendencias, entiende algún ilustre “progresista”, ha de basarse exclusivamente la Poesía, a fin de que ésta, de ninguna manera, pueda llegar a ser “culta”, lo cual, desde su punto de vista, constituye casi un delito.

Desde la perspectiva ya indicada -la de los más altos valores humanos- la poesía de Alfonso Carbajal, pretende construirse, según he creído advertir, sobre las coordenadas de la existencia, a las que ya anteriormente me he referido. Es una poesía “existencial”, o si se quiere “existencialista”, en el sentido y dimensión más nobles y positivos de este concepto filosófico. No porque se oponga a la “esencia” (Carbajal, se muestra primígenamente esencialista), sino porque, como ya descubrió Heidegger, cuyo pensamiento más radical alienta en este libro, “existir”, no es otra cosa sino “estar en el tiempo para ser”. El existir, es tan noble, que sólamente existe el hombre. Todo lo demás (incluso Dios, del que “no sabemos nada”, según Heidegger, puesto que “nunca le hemos visto”, como acepta el Evangelista San Juan) no existe. Ni las cosas, que solo “están ahí”, pero que no pueden ser más de lo que son, ni el propio Dios, que ya es desde siempre y eternamente, según creemos los que queremos creer. Alfonso Carbajal, forma parte de estos últimos y “existe para ser” (Poema 80), con ese ingrediente inexcusable y casi sagrado que es “el tiempo”. Entre otras cosas, pasajeras, como todas las de este mundo, existe para “ser poeta” y, por ello, se desvela esperando la llegada de la inspiración (Poema 91). Lo mismo, hizo el propio Heidegger, durante los últimos años de su vida, en los que abandonó por completo la Filosofía, para cultivar la Poesía, la poesía existencial, eso sí. Y, según dicen, lo hizo muy bien. Claro que Carbajal -hasta aquí podríamos llegar- tampoco es Heidegger. No lo es, de momento, con arreglo al propio postulado fundamental del filósofo de Friburgo; es decir, aunque no sea probable, mientras no concluya el tiempo. Su tiempo -el suyo-, puesto que cada uno tenemos el nuestro para tratar de ser, mientras estamos en él y hasta que se nos acabe.

Esta idea central y motriz, de existencia, de “ser y tiempo”, además de inspirar abiertamente el ya citado Poema 80, anima o subyace en muchos de los de este libro. Ya se trate de cantar al amor, o al dolor; al gozo y la esperanza; al triunfo y la gloria o a la justa cólera que algunas actitudes humanas, individuales o colectivas, llegan a despertar. Según se trate de unos u otros sentimientos, Carbajal adopta, incluso dentro de una misma estructura de estrofa, la tonalidad musical a cada uno de aquéllos más natural y cercana. No es lo mismo -ni lo que inspira- un hombre cruel y sanguinario (Poema 73); un hombre simplemente abyecto (Poema 71); un pequeño canalla “correveidile” (Poema 72) o, en su infernal conjunto, una masa que se rebela (Poema 79) -no es lo mismo todo eso- que volar a las estrellas (Poema 14), y más si se trata de la de Belén, que al mismo tiempo es la de la Historia (Poema 67), o contemplar la campiña verde y azul (Poema 81). Frente al primer tipo de situaciones, y de los sentimientos que éstas inspiran, el lenguaje poético de Carbajal -en ningún caso épico- se hace irónico, caústico y hasta sarcástico o mordaz, rozando en ocasiones el epigrama (Poema 78). Es la “justa ira de Yahvé”, el Dios del Antiguo Testamento, la que inspira al poeta, aunque siempre con la esperanza de que, hasta los verdugos (Poema 64), serán recibidos en el Cielo, lo que parece casi seguro (Poema 68) contando con la autoridad teológica de von Balthasar, en la que Carbajal apoya su esperanza. Por el contrario, ante el segundo tipo de situaciones, puede apreciarse (siempre a mi desautorizado juicio) una aceptable dosis de lirismo, entendiendo por tal la expresión más subjetiva de los sentimientos personales del poeta, bien de alegría o de dolor, de admiración o de entusiasmo. También de amor. Muy particularmente, de esa especie de amor tan noble -quizá la más pura y sublime de todas- que es la verdadera amistad, desprovista de toda pasión, interés o egoismo. Pero, en ningún caso, de odio, que es veneno y ponzoña en el que se perece, y porque además está proscrito por el Amor, al que canta -o al que habla- muy especial e insistentemente Carbajal, dentro de un lenguaje poético próximo al de la poesía mística (Poemas 9, 12, 13, 14, 37, 38, 67, 68 y 82, entre otros), especialmente en su nuevo y renovado Padre Nuestro (Poema 20), donde vuelven a ponerse de manifiesto las inquietudes de la existencia, cuando se trata de cantar a la esencia, tradicionalmente abstraída de todo lo terrenal y concentrada en ese Dios absolutamente celestial, desentendido del mundo y objeto de pura hiperdulía, sin más referencias a lo existencial que las de los altares, el órgano y el incienso. Un Dios por completo “en las nubes”, todavía representado en la Tierra por imágenes, a veces de pésimo gusto, aparte de los sagrados misterios que en ellas se recogen o simbolizan. Carbajal, busca -pide y exige- un Padre amoroso, para todos, al que tan sólo se podrá hallar cuando, cada hombre, se comprometa a echarse a sus espaldas a todos los demás. “¿Por qué estás en el Cielo?”, se pregunta -y le pregunta a Él- pidiéndole que baje, incluso para fundar un partido político que se presente a las elecciones. Pero, la propia libertad humana (no la tan “sagrada” para los políticos profesionales, sino la verdadera libertad), lo impide radicalmente, como ya advirtió Kant. Si Dios estuviera presente, el hombre no podría ser libre. Y por eso, está latente. Mal asunto, Carbajal tendrá que conformarse con que Dios, siga en el Cielo.

Finalmente, otra característica o circunstancia que, tal vez, sea oportuno subrayar, es la de que la obra poética -si lo fuera- de Alfonso Carbajal, que aquí se presenta, ha surgido en gran medida de uno de esos casi insufribles estados compulsivos del ánimo, que generan el despotismo, la coacción y la amenaza, y de los que a veces algunos seres, a fin de cuenta humanos, hacen objeto a otros, abusando de su poder -que no autoridad- o mera capacidad de hecho para suscitar obediencia, sumisión y “respeto”. En otras palabras, la obra de Carbajal es una obra escrita en la cárcel, a la que él mismo llama, unas veces “Penal de Las Caracolas”, u otras, “Campo de concentración socialista de Las Caracolas”, o expresiones similares, pero perfectamente ajustadas a la realidad. Y es que, hay “paladines de la libertad”, tan extraños y ajenos a ella, que la cultivan y exaltan suprimiendo radicalmente la de los demás, cuando, o bien no encuentran posibilidad alguna de oposición racional a las ideas, o más bien, carecen por completo de ellas. Y, en último término, cuando aquéllas no se avienen a convivir con sus “impúdicos ademanes”. Pero, quizá, esta circunstancia -percibida y sufrida también por este humilde prologuista, compañero de “celda” muy cercana a la del poeta- por ser indudable y objetivamente cierta, confiere un tinte especial de sinceridad a la expresión de cuanto se recoge en los poemas más directamente conectados a tal experiencia, que ahonda su pensamiento, descubrimientos y perspectivas existenciales. Nunca hay mal que por bien no venga. Carbajal, confiesa haberse hecho poeta “en la carcel” (Poema 75). Salvando tan enormes distancias, también Lope, Cervantes, Fray Luis o Quevedo, dieron alguna vez con sus huesos en oscuras prisiones -aunque, con toda seguridad, en modo alguno tan sórdidas ni repugnantes como la que ha sufrido Carbajal- y desde ellas salieron un día cantando, pues lo hicieron también mientras fueron miserablemente torturados en sus mazmorras, sin motivo alguno.

En fin, y en conclusión, yo no sé, insisto, si Alphonso Carbajal es o no un poeta, pero lo que sí me atrevo a decir es que conoce a la perfección todos y cada uno de los artificios, mecanismos y licencias de la expresión literaria que, en lo que atañe a la Poesía -o más bien al verso-, sancionan la Métrica y la Preceptiva, desde los anacreónticos, por debajo del octosílabo -indispensables en la lira- a los alejandrinos, que rebasan el endecasílabo. Al menos, sabe “detras de lo que anda” y “por dónde anda”. Quizá no llegue a “andar” con el garbo o armonía necesarios pero, esto último, es elixir que sólo suministran directamente los dioses a sus elegidos, y no puede adquirirse en Salamanca. Carbajal, domina sin duda alguna, conceptualmente, todos los elementos de la versificación, desde las herramientas más primarias, la sinalefa o la sinéresis, en la medida del verso, hasta el acento rítmico, la cesura y la estructura de la estrofa, eligiendo no obstante, “a lo grande”, nada menos que la reina de todas ella -el soneto- para construir sus poemas, de los cuales, más de la mitad de los 100 que integran esta obra, son objeto de tal construcción. Y, al menos, nadie podrá dudar, tan solo por esta misma razón, de la musicalidad a la que responde este tipo de estrofa, que recibe precisamente de ella su propio nombre -il suono-, ni tampoco de su noble contextura.

En cualquier caso, Alfonso Carbajal, no se refugia en ninguno de los relativamente modernos “vanguardismos” que, con el pretexto de la absoluta libertad de formas, recogida en el verso blanco no tradicional, o poesía libre, utilizan con excesiva frecuencia poetas llamados a mantenerse dentro de los moldes clásicos y, casi siempre -por esa única y exclusiva razón, no por ninguna otra- quienes, en todo tiempo y lugar, son o han sido incapaces de componer un simple pareado. Naturalmente, “a sillabas cuntadas, ca es grant maestría”.

No obstante, para que nadie diga, o pueda decir, también realiza Alfonso Carbajal, no pocas incursiones, o más bien “excursiones”, al verso libre, tanto al tradicional o blanco, como al no tradicional, o estrictamente libre. Del mismo modo -es decir, del radicalmente contrario- dentro de las estrofas rimadas y “canónicas”, no sólo es el soneto, pese a presidir a todas las demás, el que puede apreciarse aquí. También, este libro, aunque en menor número, está salpicado de serventesios, cuartetos, quintetos... Y hasta de algunas liras, décimas y octavas reales. Por tanto, nos hallamos ante un raro –hoy día- ejemplar de “poesía total”, en lo que se refiere a las formas de versificación. En cuanto a lo demás, debo abstenerme y declinar mi competencia -es decir, mi incompetencia- a favor de ustedes.

Pese a ello, pudiera suceder, y en cualquier caso al margen de formas, estilos o tendencias, que a alguno de ustedes, sensibles lectores, o incluso a muchos -lisa y llanamente- les gusten los poemas que aquí se ofrecen. ¿Alguien podrá objetar -para abstenerse, reservar su opinión o no atreverse a expresarla- que “no entiende” de Poesía?. Nada más falso. Todo el mundo entiende, porque, de no “entenderse”, es que no es Poesía. Observen, a tal fin, simplemente dos cosas: Si el pretendido poema “dice” algo y si, en tal caso, “suena” o no lo que dice, en cualquiera de sus posibles claves, tesituras o tonalidades. De cumplirse ambas condiciones, es seguro que gustará. Y, si gusta... ¡es que es Poesía!... Si fuera así, y de ser mayoritaria tal apreciación, sin duda estaríamos -“democráticamente”- certificando el nacimiento de un nuevo poeta, aun cuando la “crítica oficial” y “el gran público” no lleguen a saberlo nunca. Pero, esto, siempre debe ser lo de menos. Lo importante sería que, sin salir del anonimato más absoluto en el que ahora se encuentra -como también debe ser- Alphonso Carbajal habría entrado en el Parnaso.

Y de ser ello así, tan glorioso acontecimiento se habría producido, no de la mano de cualquier “chisgarabís”, de los muchos que andan por ahí sueltos, con bufanda o sin ella, sino nada menos que de la mano de Lope de Vega, sin duda agradecido de que, después de trescientos setenta años, tenga que ser Alphonso Carbajal (reverencialmente, eso sí, ante el soneto más grande de la historia) quien venga a tranquilizarle de sus “temores” (Poema 98), pues el favor del Rey eterno, por indignas sean las manos que le toquen, no declina, sino que le lleva a desclavar las suyas, aún sangrantes, para abrazar al Fenix, “sol de nuestra España”. No por tal, sino por haberle amado tan apasionadamente, a pesar de su más que “agitada” vida. Y hasta puede que, en parte, también por haber escrito ese soneto, que deben tener en su “manual de canto” cotidiano todos los Coros celestiales.

Pero, Carbajal, no se conforma con la insignificancia de ingresar en el Parnaso, porque al fin y al cabo, como dijera el propio Lope, no deja de ser “loca ambición al aire bajo asida”. Siempre hay que elegir entre “ser tierra en la tierra” o “cielo en el cielo”. Carbajal, se decide abiertamente por esto último. Prefiere entrar en el Cielo, antes que en el Parnaso. No obstante, “cruzar a la otra orilla”, siempre es asunto delicado para cualquier humano y, como no se siente con demasiado valor, acude a quien, pese a librarse de la muerte, tuvo muerta a la Vida en su regazo, para pedirla amorosamente que, también a él, y por estrictas razones de filiación, le tenga entre sus brazos maternales, tomándole de la mano y besándole en la frente. Quizá, pueda parecer una pretensión apocalípticamente excesiva, pero, a fin de cuentas, eso es exactamente lo que haría cualquier madre, hasta con el hijo más ingrato y descarriado. O, tal vez, precisamente por serlo. Mucho más, quien es Madre de todas las madres y de todos los mortales. Y, en este canto final (Poema 100), se resumen todos los demás. Así sea, pues. Porque, así ha de ser, sin duda alguna.

Les deseo una apacible lectura y que la “música”, si la hay, o alguien llega a escucharla, les produzca la misma “melodiosa dulzura” y el mismo “celestial murmullo” (Poema 91), que desesperadamente busca Alfonso Carbajal, en las noches de insomnio, cuando deja abierta su ventana.



Luis MADRIGAL TASCÓN

¡POR FIN...!

Amigos todos de la Poesía:

Tal vez, debo de pedir disculpas, aunque no sé a quién, y muy posiblemente a nadie, por haber tenido este proyecto de Blog empantanado desde hace casi un año. Pienso, por otra parte, sin embargo, que nadie se ha perdido nada, con la cantidad de poetas, entre los que lo son y los que pretenden serlo, que andan por aquí, por este mundo de los Blog. Yo, humildemente, ya dije en una de mis primeras entradas, ya añejas, albergar en mi propia estimación dudas más que razonables, acerca de si verdaderamente soy o no un poeta. Y es más que probable, que yo también figure en la lista de los pretendientes, o de los pretendidamente aspirantes a serlo, o en todo caso de los “aprendices” de poeta, como el Manzanares es un “aprendiz de río”. Todas estas reservas por mi parte, no hubiesen sido obstáculo alguno para que este Blog pretendidamente de Poesía hubiese echado a andar hace ya un año. Sin embargo, también he de confesar que este mundo de la Informática, sus artificios y mecanismos, superan con creces mi capacidad para entenderlos, y no ya para dominarlos. Este hecho, unido al de que, dentro del corsé ortopédico que supone una plantilla, al margen de la posibilidad de utilizar un lenguaje propiamente de programación de diversas clases de efectos (creo que se llama HTLM, o algo así, y que me perdonen los sacerdotes de la Informática) no me parecía, ni parece adecuado para ofrecer poemas en un Blog, sin la debida funcionalidad, versatilidad, e interrelación entre los poemas. Y sobre esto, si que no tengo la menor duda. Soy un perfecto inútil en la materia, lo cual ha sido, en unión de otras de no menor entidad, la causa fundamental de que hasta el momento, no haya decidido la publicación de mis cuatro Libros de poemas, ya anunciados en las entradas anteriores. Lo haré, ahora, al fin, libro por libro, por el mismo orden en que ya presenté sus títulos y el contenido de sus respectivos Poemarios, si bien soy consciente de que hacer objeto a cada uno de los poemas de una entrada de Blog, resulta sumamente tosco y poco o nada funcional, pero esto es todo cuánto yo puedo ofrecer. Espero sepan disculparme. Un cordial saludo a todos, amigos. Alphonso CARBAJAL